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sancionada y ordenada por aquellos sagrados...
 ¿Es ésta su petición? ¿Quiere que este tribunal ordene que sea destruido el ser
extraterrestre conocido por Lummox?
 Sí, pero aún más que eso, tengo aquí una cuidadosa documentación en refuerzo de
mis argumentos, de mis irrebatibles argumentos, diría, que...
 Un momento. La palabra «exige» que ha utilizado usted, ¿figura en la petición?
 No, señor juez, esa palabra ha salido de mi corazón, de la plenitud de...
 Su corazón le ha llevado a usted a sentir desprecio. ¿Quiere enmendar la frase?
Esklund se le quedó mirando fijamente y luego dijo a regañadientes:
 Retiro esa palabra. Mi intención no era despreciar a nadie.
 Muy bien. Se admite la petición; el secretario tomará nota de ella, en espera de
nuestra decisión. Hablemos ahora de ese discurso que tiene usted intención de hacer; a
juzgar por el tamaño de su manuscrito, calculo que durará unas dos horas, ¿no es eso?
 Sí, creo que dos horas serán suficientes, señor juez  respondió Esklund, algo
apaciguado.
 Bien. ¡Ujier!
 ¿Señor juez?
 ¿Puede usted montar un estrado ahí fuera?
 Creo que sí, señor.
 Excelente. Colóquelo en el prado. Doctor Esklund, todos estamos a favor de la
libertad de expresión, así es que diviértase. Podrá hablar desde ese estrado durante dos
horas.
El doctor Esklund se volvió del color de la berenjena.
 ¡Ya oirá hablar de nosotros!
 Sin duda.
 ¡Conocemos a los de vuestra calaña! ¡Traidores a la humanidad! ¡Renegados!
Jugando con...
 Llévense a este hombre.
El ujier cumplió la orden, sonriendo. Uno de los periodistas los siguió. Greenberg dijo
amablemente:
 Parece que ahora sólo quedamos los indispensables. Tenemos varias demandas
ante nosotros, pero todas se atienen a los mismos hechos. A menos que alguien tenga
algo que objetar, oiremos primero la declaración testifical de todas las demandas, para
pasar luego a estudiar éstas una por una. ¿Objeciones?
Los abogados se miraron. Finalmente, el abogado del señor Ito dijo:
 Señor juez, me parece que sería más correcto oírlas una por una.
 Es posible. Pero si lo hacemos así, por Navidad aún estaremos aquí. Me disgusta
hacer venir tantas veces a personas atareadas. Pero gozan ustedes del privilegio de
celebrar un juicio de cada uno de los hechos ante un jurado..., sin olvidar, si pierden, que
su patrocinado tendrá que sufragar las costas suplementarias él solo.
El hijo de K. Ito tiró de la manga de su abogado y le susurró algo al oído. El abogado
asintió y dijo:
 Aceptamos una audiencia conjunta..., por lo que se refiere a los hechos.
 Muy bien. ¿Hay otras objeciones?  Nadie presentó ninguna. Greenberg se volvió a
O'Farrell : Juez, ¿está provista esta sala de detectores de mentiras?
 ¿Eh? Desde luego. Aunque apenas los uso.
 A mí me gustan.  Se volvió hacia los demás . Los detectores de mentiras serán
conectados. No se requerirá a nadie que los emplee excepto en el caso de que alguien se
niegue a declarar. Este tribunal, como es su privilegio, tomará nota y subrayará el hecho
de que alguien se niegue a utilizar un detector de mentiras.
John Thomas susurró a Betty:
 Mira de no resbalar, Bella Durmiente. Ella le respondió:
 ¡No te preocupes por mí! Mira de no resbalar tú. El juez O'Farrell dijo a Greenberg:
 Tardarán algún tiempo en prepararlos. ¿No sería mejor que interrumpiésemos la
sesión para ir a almorzar?
 Ah, sí, el almuerzo. Atención todos..., este tribunal no suspenderá la vista para ir a
comer. Voy a pedir al ujier que encargue café y bocadillos o lo que ustedes quieran,
mientras ese empleado conecta los detectores. Comeremos en esta misma mesa. Entre
tanto...  Greenberg buscó cigarrillos en sus bolsillos . ¿Alguien tiene un fósforo?
En su celda, Lummox, después de considerar la difícil cuestión del derecho que tenía
Betty para dar órdenes, llegó a la conclusión de que posiblemente ella gozaba de una
situación especial. Cada uno de los John Thomas que había conocido había introducido
en su vida a una persona equivalente a Betty; cada uno había insistido en que la persona
en cuestión fuese complacida en todos sus humores y caprichos. El John Thomas actual
había iniciado ya su proceso con Betty; por consiguiente, era mejor seguir la corriente a
ésta, siempre que no se tratase de cosas graves. Se tendió en el suelo y se puso a
dormir, dejando de guardia a su ojo vigilante.
Durmió inquieto, turbado por el sabroso olor del acero. Transcurrido un tiempo se
despertó y se desperezó, agitando la jaula. Le parecía que John Thomas llevaba
demasiado tiempo ausente. Pensándolo bien, no le gustaba la manera como aquel
hombre se había llevado a John Thomas..., no, no le gustaba en lo más mínimo. Se
preguntó qué debía hacer. ¿Qué diría John Thomas si estuviese allí?
El problema era demasiado complejo. Volvió a tenderse y probó los barrotes. Se
contuvo para no comérselos; simplemente probó su sabor. Algo mohosos, decidió, pero
buenos.
Mientras tanto, el jefe Dreiser había terminado su declaración, que fue seguida por la
de Karnes y Mendoza. No surgió ninguna discusión y los detectores de mentiras
permanecieron silenciosos; el señor De Grasse insistió en ampliar parte de la declaración.
El abogado de K. Ito declaró que su cliente había disparado contra Lummox; se permitió
al hijo de Ito que describiese las consecuencias y mostrase fotografías. Sólo faltaba el
testimonio de Isabelle Donahue para completar la historia de lo sucedido el día L.
Greenberg se volvió hacia el abogado, de ésta:
 Señor Beanfield, ¿desea hacer preguntas a su cliente o prosigue el juicio? [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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