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pensando que podramos necesitarla para nuestro nuevo inquilino. Ahora la llevaba en una mano,
con el dedo ndice enganchado debajo de uno de los tirantes. Harry nos segua, tirando de la
boquilla de la manguera que cruzaba mi oficina, bajaba los peldaos del almacn y se remontaba
hasta el tambor cilndrico de donde Dean y Percy la desenrollaban con la mayor rapidez posible.
-Qu? Os ha gustado? -preguntó el Salvaje Bill. Rea como un nio en carnaval, tan alto
que casi no poda hablar, y unas lgrimas enormes se deslizaban por sus mejillas-. Supongo que s,
ya que os habis dado tanta prisa en venir. Estoy cocinando unas boigas como acompaamiento.
Bonitas y blandas. Maana os las servir.
Al ver que yo abra la puerta de su celda, entrecerró los ojos. Entonces advirtió que Bruto
tena el revolver en una mano y la porra en la otra.
-Es probable que entris aqu por vuestro propio pie -dijo-, pero Billy el Nio os asegura que
saldris en camilla. -Sus ojos se posaron en m-. Y si piensa que va a ponerme esa camisa para
locos, le espera una buena, viejo estpido.
-T no das las órdenes aqu -repliqu-. Ya deberas saberlo, pero supongo que eres
demasiado idiota para aprenderlo sin que te lo enseen.
Termin de abrir los cerrojos y empuj la puerta. Wharton retrocedió hasta el camastro con la
polla colgando fuera de los pantalones, extendió las manos con las palmas hacia arriba y me llamó
con los dedos.
-Ven aqu, mamón -dijo-. Si quieres jugaremos al colegio, pero este chico es lo bastante
grande para ser la maestra. -Volvió la mirada y la negra sonrisa hacia Bruto-. Ven, grandullón.
Esta vez no podrs cogerme por la espalda. Deja esa pistola, que de todos modos no vas a usar, y
enfrentmonos cuerpo a cuerpo. Veamos quin es mejor...
Bruto entró en la celda, pero no se acercó a Wharton. Una vez al otro lado de la puerta, torció
a la izquierda y Wharton abrió desmesuradamente los ojos al ver la manguera apuntando hacia l.
-No lo hars -dijo-. No...
-Dean! -grit-. Abre. A tope!
Wharton saltó hacia adelante, y Bruto le asestó un golpe con la porra. Un buen golpe en la
frente, justo encima de las cejas. Estoy seguro de que Percy soaba con dar uno igual. Wharton,
que pareca pensar que nunca habamos tenido problemas antes de conocerlo, cayó de rodillas, con
los ojos abiertos pero ciegos. Entonces comenzó a salir el agua. Harry se tambaleó ante su fuerza,
pero enseguida recuperó el equilibrio. Sostena la boquilla firmemente entre las manos, apuntando
como si la manguera fuese un arma. El chorro dio directamente en el pecho de Wharton, lo hizo
girar y lo empujó debajo del camastro. En el otro extremo del pasillo Delacroix saltaba, rea con
nerviosismo y gritaba a Coffey, exigindole que le contara qu ocurra, quin ganaba y si al nuevo
grdn'fou le gustaba el tratamiento de agua. John no dijo nada, permaneció all quieto, vestido con
sus calzoncillos y las zapatillas de la prisión. Apenas si lo mir, pero bastó para ver la expresión de
siempre en su cara, triste y serena al mismo tiempo. Era como si hubiera visto aquello antes, no
una vez o dos, sino miles.
-Cerrad el agua! -gritó Bruto por encima del hombro, y corrió hacia Wharton. Cogió al
chico por las axilas y lo sacó de debajo de la cama. Wharton, semiinconsciente, tosa y emita
sonidos ahogados. Un hilo de sangre caa en sus ojos desde la frente, donde la porra de Bruto haba
abierto la piel en una lnea vertical.
Para Bruto y para m, poner la camisa de fuerza era una especie de ciencia. Habamos
practicado la tcnica como un par de coristas que ensayan un nuevo nmero y de vez en cuando la
prctica daba sus frutos. Como en aquella ocasión. Bruto sentó a Wharton y le sostuvo los brazos,
igual que un nio que sostiene los brazos de una mueca de trapo. La conciencia comenzaba a
regresar a los ojos de Wharton, como si ste supiera que si no se resista entonces ya no podra
hacerlo, pero la comunicación entre su cerebro y sus msculos segua interrumpida, y antes de que
pudiera restablecerla yo le pas la camisa por los brazos y Bruto abrochó las presillas en la
espalda. Mientras lo haca, tir de los brazos de Wharton hacia atrs y le at las muecas con una
tira de lona. Cuando termin, el muchacho pareca abrazarse a s mismo.
-Maldita sea, tontorrón, dime qu hacen! -gritó Delacroix. O que Cascabel emita un
chillido, como si tambin l exigiera información.
Entonces llegó Percy, con la cara radiante y la camisa mojada pegada al cuerpo despus de la
lucha con el depósito de agua. Dean vena detrs. La marca azulada que le rodeaba el cuello como
un collar haca que tuviese un aspecto mucho menos entusiasta.
-Vamos, Salvaje Bill -dije levantando a Wharton-, ahora vamos a andar, pasito a pasito.
-No me llame as! -chilló Wharton. Creo que por primera vez vimos sus autnticos
sentimientos y no las tcnicas de camuflaje de un animal astuto-. El Salvaje Bill Hickock nunca
fue un hroe. Nunca combatió ni empuó un cuchillo. No era ms que un guerrillero de los
confederados. El muy imbcil se sentó de espaldas a la puerta y se dejó matar por un borracho.
-Caramba, el chico est dndonos una lección de historia! -exclamó Bruto mientras [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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