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nuestras pasiones o amor propio, entonces cometemos una especie de
delito de soborno; nos valemos de testigos falsos para que enga�en al
entendimiento.
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126. La relación de los sentidos a la satisfacción de las
necesidades animales y vitales presenta un nueva aspecto, de que
nacen otros deberes. Pero, si bien se reflexiona, este aspecto se halla
�ntimamente ligado con el anterior; porque, si el entendimiento conoce
la verdad, conocer� tambi�n el verdadero destino de los sentidos, y, por
tanto, el uso que de ellos se ha de hacer.
127. La naturaleza misma nos est� ense�ando que debemos
conservar la vida y la salud; a m�s del deseo que a ello nos impele, los
dolores sensibles nos avivan cuando la vida corre peligro o la salud se
perturba. As�, pues, ser� leg�timo el uso de los sentidos, cuando se
ordena a la conservación de la salud y de la vida, y ser� ileg�timo,
cuando contrar�a estos fines. Tambi�n aqu� se hermana la moralidad
con la utilidad; las reglas de higiene son tambi�n reglas de moral.
La templanza y la sobriedad son virtudes, porque nos prescriben
la debida mesura en la comida y bebida; la gula y la embriaguez son
vicios, porque nos llevan a un exceso contrario a la razón. Los
resultados de la templanza y de la sobriedad son la conservación de la
vida y de la, salud, el bienestar suave y general que experimentamos
cuando nuestra organización se halla en el correspondiente equilibrio;
la gula y la embriaguez producen indigestiones, v�rtigos, dolores
atroces, gastan las fuerzas y acaban por conducir al sepulcro.
128. �Cosa admirable! El hombre, al excederse en lo sensible, es
castigado tambi�n en lo intelectual, una comida excesiva produce el
embotamiento de las facultades intelectuales por la pesadez y la
somnolencia; la embriaguez perturba la razón; el ebrio no ha procedido
como hombre; pues bien, por la embriaguez deja de ser hombre, y se
convierte en un objeto de l�stima o de risa.
129. He aqu� las reglas morales, en este punto, reducidas a un
principio bien sencillo: la medida de uso de los sentidos, en sus
relaciones con las necesidades del cuerpo, es la conservación de la vida
y de la salud: la higiene, extendi�ndose no sólo a los alimentos, sino a
cuanto tiene relación con la salud y la vida. Esta es una excelente piedra
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de toque para reconocer la moralidad de las acciones relativas a las
necesidades o deseos sensibles.
Aclar�moslo con ejemplos. La pereza es un vicio a los ojos de la
sana moral; la ociosidad est� sembrada de peligros: en ella se debilitan
las facultades intelectuales y se corrompe el corazón; pues bien, la
higiene est� acorde con las prescripciones morales; la ociosidad es
da�osa a la salud; el ejercicio, as� el intelectual como el corporal, es muy
saludable; para aliviar las enfermedades sirve en gran manera la
ocupación moderada del cuerpo y del esp�ritu. Mirad al perezoso, que,
tendido sobre un sof�, no tiene valor para levantar la cabeza ni la mano;
el tedio se apodera de su corazón, para hacer bien pronto lugar a la
tristeza, a la man�a y otros extrav�os. Su entendimiento, divagando a
merced de todas las impresiones, sin sentir la acción de una voluntad
fuerte que le sujeta a un punto, se acostumbra a no fijarse en nada, se
debilita, y vive en una especie de somnolencia. El cuerpo en continua
inacción languidece; las digestiones se hacen mal, la circulación se
retarda y desordena; el sue�o, como no cae sobre un cuerpo fatigado y
menesteroso de descanso, huye de los ojos o es interrumpido con
frecuencia; el perezoso busca el bienestar en la inacción completa y
sólo halla los males consiguientes al enflaquecimiento del esp�ritu y a
las enfermedades del cuerpo.
Comparad con estos resultados los de la virtud contraria. La
costumbre del trabajo inspira afición hacia �l: el laborioso goza cuando
trabaja; padece cuando se le condena a la inacción. El fruto de su
laboriosidad, intelectual, moral o f�sica, le recompensa con una satisfac-
ción placentera; cuando despu�s de largas horas contempla el
resultado de su actividad, se consuela f�cilmente de las peque�as
molestias que ha sufrido, y las tiene por muy bien empleadas. Al llegar
la hora de la distracción, disfruta porque la necesita; su sensibilidad no
est� embotada por el placer; y �ste, por ligero que sea, se multiplica, se
aviva, porque es una lluvia que cae sobre la tierra sedienta. El tedio, la
tristeza, las man�as, los aciagos presentimientos no se albergan en su
alma porque no saben por dónde entrar; como hay ocupación per-
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manente, no queda tiempo para complacer a esas visitas importunas y
da�osas. El ejercicio de las facultades tiene en continuo movimiento la
organización; y las alternativas de trabajo y descanso le dan aquel
punto que necesita para desempe�ar sus funciones ordenadamente, lo
que constituye la salud y prolonga la vida. Por fin, el sue�o, cayendo
sobre una organización fatigada, es tomado con placer; reparando las
fuerzas, comunica la actividad, que se despliega de nuevo, cuando el
astro del d�a, alumbrando el mundo, viene a avisarnos de que sonó la
hora del trabajo.
130. �Y qu� diremos de la armon�a de la higiene y de la moral, en lo
tocante a los placeres sensuales contrarios a la naturaleza? La
severidad de la moral en este punto se halla justificada por la m�s sabia [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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