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El juego del brops era uno de los predilectos de los niños
de Plumfield, que en las tardes lluviosas gozaban a más y
mejor arrastrándose, aleteando, gruñendo y "bropsiando" por
pasillos y habitaciones. Las rodillas de los pantalones y los
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codos de las chaquetas salían averiados del juego; pero mamá
Bhaer zurcía y remendaba, exclamando:
-Los mayores hacemos tonterías menos inocentes y
divertidas. ¡Ganas me dan de ser un brops!
Nat, cuando no se distraía cultivando su huertecita, hacía
vida de pájaro, encaramándose al nido del sauce viejo, y
dedicándose a tocar el violín. Los muchachos se recreaban
escuchándole y le llamaban "El anciano murguista". Las aves
revoloteaban y cantaban sin miedo junto al musiquillo.
Contaba Nat con un oyente y admirador fervoroso. El
pobre Billy se deleitaba sentándose a orillas del arroyo,
contemplando los copitos de bullente espuma, recreándose
con las flores y, principalmente, escuchando los dulces
sonidos del violín. Veía a Nat como a un ángel bajado del
cielo para cantar entre las ramas del sauce. En la quebrantada
memoria de Billy perduraba, aunque borroso, el recuerdo de
los fantásticos consejos infantiles.
Mamá Bhaer rogó a Nat que la ayudara, por medio de la
música, a despertar la inteligencia nublada y dormida del
infeliz chico. Muy satisfecho con esto, Nat sonreía y
acariciaba a Billy y lo regalaba con la más dulce música.
Jack se entretenía comprando y vendiendo; quería imitar a
un tío suyo, comerciante, que obtenía cuantiosos beneficios.
Jack había visto adulterar azúcares y melaza, mezclar la
manteca con margarina, aguar los vinos y otras cosas por el
estilo, y creía que tales habilidades eran lícitas en los
negocios. Comerciaba, naturalmente, en pequeña escala;
vendía gusanitos al precio más caro posible y siempre
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resultaba ganancioso al cambalachear cuerdas, cuchillitos y
anzuelos con sus camaradas. Le apodaron Pie de pedernal ,
pero el mote no le inquietó; sólo se preocupaba de las
ganancias.
Llevaba un libro de contabilidad curiosísimo; en
cuestiones de cuentas era un águila. El señor Bhaer lo
reconocía y se esforzaba por hermanar la delicadeza y la
honradez al espíritu mercantil del niño. Andando el tiempo,
Jack reconoció el acierto de su buen maestro.
Emil pasaba las horas de recreo en el arroyo o en el
estanque, y, además, adiestraba a los compañeros para una
carrera pedestre en competencia con los niños de la ciudad,
que de vez en cuando invadían la casa de Plumfield. La
carrera se efectuó, pero, como fracasara, vale más no hablar
de ella. El Comodoro, triste por el mal éxito de sus
enseñanzas, pensó retirarse a una isla desierta. Pero al no
encontrarla, se consoló construyendo un dique.
Las niñas se divertían muchísimo. Su juego favorito era
uno que les inventara tía Jo: "La señora Shakespeare Smith".
Daisy era la señora, y Nan la hija o la vecina.
Las aventuras de esta familia son incontables. En sólo
una tarde se registraban nacimientos, matrimonios,
defunciones, inundaciones, terremotos, saraos y expediciones
aéreas. La mamá y la hija, con estrafalarios vestidos, se
tumbaban en las camas, trotaban como briosos corceles,
saltaban como corzos, y recorrían miles de leguas por
minuto. Accesos de locura, incendios y degollinas generales,
eran las calamidades que se registraban. La inventiva de Nan
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era pasmosa y Daisy la secundaba eficazmente. El pobre
Teddy solía ser víctima de la "familia Shakespeare Smith" y a
veces había que socorrerlo, pues las intrépidas suponían que
era una muñeca más.
La institución predilecta de todos era el club. Lo
fundaron los mayores, y por gracia especial admitían a
algunos de los chicos. Tommy y Medio-Brooke eran
miembros honorarios, con voz y sin voto, y tenían que
retirarse antes que sus consocios, cosa que no les agradaba.
El club se reunía en cualquier lugar y hora; tenía establecidas
ceremonias y distracciones rarísimas, y, aun cuando a veces se
disolvía tempestuosamente, siempre se restablecía sobre
bases más firmes.
Las tardes desapacibles los niños se congregaban en la
escuela y se divertían jugando al ajedrez o a las damas,
practicando esgrima, organizando debates o representando
fragmentos de tragedias. En verano, el granero era el lugar de
las reuniones. En las tardes calurosas el club se trasladaba al
arroyo, y los socios, muy ligeritos de ropa, practicaban
ejercicios acuáticos. Los discursos, en tales tardes, eran
elocuentísimos, y para calmar el ardor de los oradores, se les
propinaban chapuzones magníficos. Franz era el presidente
del club y sabía mantener el orden. Papá Bhaer jamás
intervenía en los asuntos sociales y, como premio a su
discreción, era invitado a las asambleas más notables.
Nan, desde el momento en que llegó, quiso ingresar en el
club y produjo debates y discordias entre los socios;
presentando solicitudes de admisión, verbales o escritas;
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turbando la solemnidad de las sesiones con insultos lanzados
por el agujero de la cerradura de la puerta; golpeando con
pies y manos, sobre la puerta; y trazando en los dominios del
Club de los Irreprensibles inscripciones burlescas y satíricas.
Mas, como todo era inútil, las niñas, por consejo de tía Jo,
crearon el Club de la Comodidad, invitando a que figurasen
en él los caballeritos que por pequeños no eran admitidos en
el club masculino. Los chicos se vieron obsequiados con
comiditas y meriendas, y divertidos con admirables fiestas
inventadas por Nan. Poco a poco los caballeretes mayores se
interesaron por disfrutar de aquellas reuniones tan elegantes
como atractivas. Al fin, tras conferencias y consultas, se
establecieron relaciones de afecto entre ambos clubes.
El Club de la Comodidad recibía invitación para las
fiestas importantes del Club de los Irreprensibles, y asistía a
ellas con correctísima discreción. Recíprocamente, el club
masculino tenía entrada para los festejos del Club de la
Comodidad. Y así, en paz y en buena armonía, prosperaron
ambas sociedades.
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CAPITULO 9
La señora Shakespeare Smith tiene el gusto de invitar a
los señores don John Brooke, don Thomas Bangs y don
Nathaniel Blake para el baile que han de celebrar esta tarde a
las tres en punto. Advertencia: El señor Blake llevará el
violín, para poder bailar, y todos los invitados habrán de ser
bonísimos si quieren probar los manjares preparados.
Probablemente, sin la promesa encerrada en el final de la
advertencia, la invitación no hubiera sido aceptada.
-Han estado cocinando cosas superiores; yo las he olido.
Vamos allá -exclamó Tommy.
-Comeremos lo que haya, y no hace falta que nos
quedemos al baile -observó John (Medio-Brooke).
-Yo no he ido nunca a un baile. ¿Qué hay que hacer? .
-preguntó Nat.
-Divertirse como los hombres; estar sentado muy tieso y
bailar para que las niñas se distraigan -contestó Tommy.
-Me creo capaz de hacer todo eso -murmuró
Medio-Brooke, y redactó y envió la siguiente esquela:
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"Asistiremos los invitados. Tengan dispuesto lo que haya
que comer. John Brooke y Compañía.
Las damas estaban preocupadísimas con los preparativos,
y se proponían, si la fiesta resultaba lucida, agasajar con un
banquete a algunos de los convidados.
-A mamá Bhaer le agrada que juguemos con los niños,
siempre que éstos se conduzcan correctamente; estamos,
pues, obligadas a celebrar bailes para irlos educando
-observó Daisy, mientras arreglaba la mesa.
-Tu hermano y Nat serán buenos; pero Tommy hará
algún desastre -advirtió Nan.
-Pues yo haré que se vaya -afirmó Daisy.
-Los caballeros no deben dar lugar a que los echen.
-Bueno, pues no le invitaremos más si no se porta bien.
-Eso mismo, y así rabiará. ¿Verdad que rabiará? ...
- ¡De seguro! Celebraremos un banquete espléndido;
sopa de verdad, en sopera y con cucharón; un pajarito que
hará muy bien el papel de pavo, salsas variadas y "veguetales"
escogidos. -Daisy no podía pronunciar la jota y había
renunciado a decir vegetales.
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