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tuviera su futura esposa y él descubrió, para su sorpresa, que quería lo mismo. Como
era evidente que no casaría con Susan Tratter, debía recuperarlo.
Sabía que no tenía una excusa válida. Le había dado el anillo por propia voluntad,
y parecía algo grosero pedírselo de vuelta. Para dejar a salvo tanto los sentimientos
de ella como su propia conciencia, Stuart había reunido dinero para comprarle un
regalo en reemplazo del anillo, un lujo que no podía permitirse, y había enviado una
nota solicitando una entrevista. Si Charlotte Griffolino hubiera sido una mujer
razonable, Drake sencillamente habría explicado el asunto. Pero su amable misiva
había sido devuelta sin abrir; luego, cuando se presentó en la puerta de la casa, el
mayordomo le había negado la entrada recomendándole que no regresara. Habiendo
fracasado por medios lícitos, y con el orgullo herido, Stuart decidió recurrir a medios
ilícitos: robaría el anillo.
Cuando el coche partió con las tres señoras a bordo  Susan, su tía y la cantante
italiana que vivía con ellas , Stuart tomó un último trago de whisky para darse
valor, apartó las ramas y se escurrió por un costado, desde donde podía escabullirse
hacia el jardín trasero de la casa.
Una vez dentro, se abrió camino hacia una hilera de ventanas a oscuras. Como las
señoras habían salido, de seguro los criados se habrían retirado a las habitaciones del
altillo o a la cocina, y los pisos principales estarían vacíos; al menos eso esperaba.
Con poco esfuerzo encontró una ventana sin cerrojo, se trepó al alféizar y entró.
Permaneció inmóvil y en silencio. Luego, con cautela, se puso de pie y miró a su
alrededor, acostumbrando los ojos a la oscuridad.
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Caroline Linden Pasión Secreta
Era una biblioteca. La habitación olía a polvo y abandono. Stuart ahogó una
maldición al darse cuenta de que sus huellas quedarían marcadas en el piso. Dejó la
ventana abierta y caminó de puntillas hasta la alfombra, pero se topó con una gran
caja.
 ¡Maldición!  dijo, sin voz, tomándose la rodilla. ¿Qué diablos hacía eso en
medio del cuarto? Con cuidado, comenzó a avanzar a tientas, pero enseguida vio que
había muchas cajas más y varios baúles. Docenas, al parecer, y todas ubicadas
precisamente en su camino. Estiró el brazo para tocarlas y se tropezó con algo bajo y
redondo; una alfombra enrollada, sobre la que cayó con la rodilla lastimada. Avanzó
gateando y se golpeó en la cabeza contra un baúl con varillas de metal y maldijo en
voz alta cuando algo pesado y extrañamente peludo cayó del baúl y le tapó la cabeza.
 ¡Maldita sea!  exclamó, en un momento de pánico. ¿Habría delatado su
presencia? ¿Lo habían atrapado? Se puso de pie, con el corazón latiéndole con fuerza.
¿La casa estaría llena de trampas para desventurados ladrones?
Le llevó unos minutos, pero por fin se convenció de que no había motivos para
alarmarse. Pensó volver a salir por la ventana; le parecía que hacía una hora que
estaba en la casa y ni siquiera había encontrado la puerta de entrada a esa habitación.
¿Valía la pena sufrir eso por el anillo? Stuart pensó en todas las veces que había
decepcionado a su madre y volvió a la ventana. Controlando la respiración, levantó
apenas la cortina, para que entrara un rayo de luna y le permitiera ver dentro de la
habitación. Lo que se le había caído encima parecía una piel de tigre. Se la quedó
mirando, asqueado y curioso. ¿Qué clase de mujer guardaba algo así en la casa?
Sacudió la cabeza. No era momento de ponerse a reflexionar sobre la naturaleza
de Charlotte Griffolino. Estaba allí para recuperar lo suyo e irse lo más rápido
posible. Cerró la ventana, ya más confiado, se abrió camino a través de la habitación
y salió al corredor.
Había sólo una lámpara encendida cerca de la puerta. El corredor, como era de
esperar, estaba vacío. Subió la escalera, cruzando los dedos para encontrar rápida y
fácilmente la alcoba de Susan. Al llegar arriba, se detuvo para escuchar. Las criadas
podían estar cerca, ordenando las habitaciones de sus señoras. Pero todo se
encontraba en silencio, y empezó a tantear puertas.
Estaba llegando al tercer picaporte cuando oyó voces: risitas femeninas que venían
subiendo por la escalera. Stuart abrió la puerta, se deslizó dentro de la habitación y la
cerró con suavidad. Se ubicó contra la pared del otro lado de la puerta, conteniendo
la respiración y aguzando el oído. Las voces se acercaron. Por encima del retumbar
de su propio corazón alcanzó a oír que una contaba algo sobre su novio, un asistente
del sastre. Siguieron conversando y las voces se hicieron más quedas, aunque no
desaparecieron del todo. Parecía que no iban a entrar en la habitación.
Despacio, Stuart apoyó la frente contra la pared y respiró hondo. Por el momento
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Caroline Linden Pasión Secreta
estaba atrapado allí, y que esa no fuera la habitación que él buscaba empeoraba la
situación. Es más, sabía muy bien a quién pertenecía. El perfume cálido y exótico que
recordaba tan bien, el alboroto de colores de las telas suntuosas... sólo podía ser el
dormitorio de Charlotte Griffolino, y por un momento él olvidó su difícil situación.
El fuego estaba bajo, pero daba suficiente luz como para ver. El lugar en sí era
común, pero los objetos personales brillaban incluso a la luz mortecina del hogar. La
ropa de cama era azul y verde; pasó la mano por el edredón, notó que era de lino
muy fino. Un escritorio descansaba en un rincón y un diván yacía cerca del fuego,
ambos cubiertos de ropa. Stuart comprobó complacido que ella no era muy prolija.
Se detuvo, prestando atención, pero el murmullo de voces continuaba en el corredor.
Seguía atrapado. En ese caso, bien podía ponerse cómodo. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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