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una, faltó poco para que me desmayara.  Escupió en la parte de alfombra que
tenía delante, se echó hacia atrás en la silla, colocó las piernas cruzadas
encima de la cama y preguntó : ¿No te lo crees?
Le saqué las piernas de la cama y dije:
 Yo crecí en un barucho de mala muerte del muelle. No sigas escupiendo o te
llevo ahora mismo al pasillo.
 Antes bebamos un poco más. Oye, ¿qué me darías si te explico los detalles
superconfidenciales de cómo lograron los muchachos no perder ni cinco
cuando se levantó el nuevo Ayuntamiento? Esa fue la información que tenían
los papeles que le vendí a Donald Willsson.
 Ve con el cuento a otra parte, a mí no me interesa.
 ¿Y tampoco te interesa saber por qué metieron en un manicomio a la mujer
de Lew Yard?
 No.
 King, el comisario, tenía hace cuatro años una deuda de ocho mil dólares y
ahora es dueño de los mejores edificios para oficinas que hay en la ciudad. No
sé cómo fue todo el asunto, pero puedo ponerte en el buen camino para
saberlo.
 Adelante. Sigue a ver si hay suerte.
 No. Está visto que no vas a comprar nada. Quieres intentar conseguirlo
gratis. Es bueno este whisky. ¿Dónde lo conseguiste?
 Lo traje de San Francisco.
 ¿No te importa realmente mi información o puedes conseguirla a mejor
precio?
 Esos informes no me valen mucho ya. Tengo que actuar con rapidez. Lo que
quiero es dinamita, alguna cosa que los lance a unos contra otros.
Se rió; se levantó con los ojos brillantes:
 Tengo una tarjeta de Lew Yard. Podríamos mandarle esa botella de Dewar
que cogiste con su tarjeta. ¿No se sentiría atrapado? Si Cedar Hill era un
almacén clandestino de bebidas, seguro que detrás del asunto está Pete. ¿No
pensaría al recibir el regalito que Noonan destruyó el local cumpliendo
órdenes?
Lo pensé y dije:
 Es una trampa muy poco efectiva. No se dejará engañar. Además es mejor,
por ahora, que Pete y Lew estén contra Noonan.
Hizo un gesto de contrariedad y dijo:
 Te crees muy listo. Es difícil comprenderte. ¿Me llevas a dar un paseo esta
noche?
 De acuerdo.
 ¿Te espero hacia las ocho?
Deslizó su calida mano por mi mejilla, me dijo «hasta luego» y se fue de la
habitación cuando empezó a sonar el teléfono.
 Mi pichón y el de Dick han ido juntos a casa de tu cliente  me anunció
Mickey . El mío ha dado más vueltas que un trompo, pero todavía no sé nada.
¿Alguna novedad?
Contesté negativamente y me puse a pensar, echado en la cama, especulando
sobre las consecuencias del asalto de Noonan al Refugio de Cedar Hill y el del
Susurro al First National Bank. Me hubiera gustado saber lo que decían de él
Pete el Finlandés y Lew Yard. Pero mis oídos tenían limitaciones y no valía
como adivino, así que cuando ya tenía la cabeza suficientemente cargada me
dormí un rato.
Hacia las siete de la tarde me despené. Me lavé, me vestí, me guardé en el
bolsillo la pistola y una botellita de whisky escocés, tras de lo cual me dirigí a
casa de Dinah.
17. Reno
Me condujo al cuarto de estar, se separó de mi un poco, dio una vuelta sobre si
misma y me pidió la opinión sobre su nuevo vestido. Le dije, que me gustaba.
Me dio explicaciones sobre su color entre el marrón y el rojo, sobre el material
de los adornos que llevaba al costado, y al final me preguntó:
 ¿Me sienta bien realmente?
 A ti todo te cae bien. Lew Yard y el Finlandés han ido a hablar con Elihu esta
tarde.
Me miró molesta.
 Te importa un bledo mi vestido. ¿Para qué han ido?
 Para parlamentar, me imagino.
Me miró con los ojos entornados y dijo:
 ¿Es cierto que ignoras el paradero de Max?
Me enteré en ese momento. Era inútil decir que nunca lo había ignorado por lo
que decidí responder:
 Tal vez esté en casa de Willsson, pero no me he molestado en asegurarme.
 Tú no estás bien de la cabeza. Comprendo que estés enfadado contigo y
conmigo. Hazle caso a mamá, agárrale, si te importa tu vida y la de mamá.
Reí y dije:
 Si supieras... Max no mato al hermano de Noonan. Tim no dijo «Max».
Intentaba decir «MacSwain», pero no pudo acabar.
Me puso las manos en los hombros y trató de balancear mis ciento noventa
libras. Casi lo consiguió.
 ¡Idiota!  Sentí su cálido aliento en la cara. Estaba pálida, blanca como sus
dientes. El rojo de los labios era una etiqueta pegada en la boca en contraste
con el resto de su cara . ¡Si has empleado pruebas falsas contra él y me has
obligado a mi a hacerlo, debes matarle! ¡Ahora mismo!
No me gusta ser maltratado, ni siquiera por una jovencita a la que el enfado ha
convertido en un ser mitológico. Le retiré las manos de mis hombros y dije:
 Para ya de lloriquear y de protestar. Todavía conservas la vida.
 Si, todavía. Pero yo conozco bien a Max. Sé que no sobrevive mucho quien [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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