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Iban a los grandes canales que desembocan en la Albufera, a los puer-
tos de Catarroja y el Saler. Con perchas de ancha horquilla arrancaban
del fondo grandes pellas de barro, pedazos de turba gelatinosa, que
esparcía un hedor insoportable. Dejaban a secar en las orillas estos
jirones del seno de las acequias, y cuando el sol los convertía en terrones
blancuzcos, cargábanlos en los dos barquitos, que se unían, formando
una sola embarcación. Percha que percha, tras una hora de incesante
trabajo, llevaban al tancat el montón de tierra tan penosamente reunido,
y la charca se la tragaba sin resultado aparente, como si se disolviera la
carga sin dejar rastro. Los pescadores veían pasar todos los días dos o
tres veces a la laboriosa familia deslizándose como moscas de agua sobre
la pulida superficie del lago.
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Cañas y barro
Tonet se cansó pronto de esta tarea de enterrador. La fuerza de su vol-
untad no llegaba a tanto; pasada la seducción del primer momento, vio
la monotonía del trabajo y calculó con terror los meses y aun los años
que faltaban para dar cima a la obra. Pensaba en lo que había costado
de arrancar cada montón de tierra, y temblaba de emoción viendo cómo
se enturbiaba el agua al recibir la carga, y después, al aclararse, mostra-
ba el suelo siempre igual, siempre profundo, sin la más pequeña giba,
como si toda la tierra se escapase por un agujero oculto.
Comenzó a faltar al trabajo. Pretextaba cierto recrudecimiento de las
dolencias adquiridas en la guerra para quedarse en la barraca, y apenas
partían su padre y la Borda, corría en busca del fresco rincón en casa de
Cañamel donde nunca le faltaban compañeros para un truque y el por-
rón al alcance de la mano. A lo más, trabajaba dos días por semana.
El tío Paloma, en su odio a los enterradores que descuartizaban el lago,
celebraba con risas la pereza del nieto. ¡Ji, ji...! Su hijo era un tonto al
confiar en Tonet. Conocía bien al mozo. Había nacido con un hueso
atravesado que le impedía agacharse para trabajar. De soldado se le
había endurecido, y no había que esperar remedio. Él sabía la medicina
única: ¡a palos se rompía aquello!.
Pero como en el fondo le alegraba ver a su hijo sufriendo dificultades
en la empresa, aceptaba la pereza de Tonet y hasta sonreía al verlo en
casa de Cañamel.
En el pueblo comenzaban las murmuraciones por la asiduidad con que
Tonet visitaba la taberna. Se sentaba siempre ante el mostrador, y Neleta
y él se miraban. La tabernera hablaba con Tonet menos que con los otros
parroquianos; pero en los ratos de poco despacho, cuando hacia alguna
labor sentada ante los toneles, cada vez que levantaba sus ojos, éstos
iban instintivamente hacia el joven. Los parroquianos también observa-
ban que el Cubano, al dejar los naipes, buscaba con su mirada a Neleta.
La antigua cuñada de Cañamel hablaba de esto de puerta en puerta.
¡Se entendían, no había más que verlos! ¡Bueno iban a poner al imbécil
tabernero! ¡Entre los dos se comerían toda la fortuna que había amasa-
do la pobre de su hermana! Y cuando los menos crédulos hablaban de la
imposibilidad de aproximarse, en una taberna siempre llena de gente, la
arpía protestaba. Se entenderían fuera de casa. Neleta era capaz de todo
y él un enemigo del trabajo, que habla dado fondo en la taberna, seguro
de que allí le mantendrían.
Cañamel, ignorando estas murmuraciones, trataba a Tonet como a su
mejor amigo. Jugaba a la baraja con él y reñía a su mujer si no lo con-
vidaba. Nada leía en la mirada de Neleta, en los ojos de extraño resplan-
dor, ligeramente irónicos, con que acogía estas reprimendas mientras
ofrecía un vaso a su antiguo novio.
Las murmuraciones que circulaban por el Palmar llegaron hasta el tío
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Vicente Blasco Ibáñez
Toni, y una noche, sacando éste a su hijo fuera de la barraca, le habló
con la tristeza del hombre fatigado que lucha inútilmente contra la des-
gracia.
Tonet no quería ayudarle, bien lo veía. Era el perezoso de otros tiem-
pos, nacido para pasar la existencia en la taberna. Ahora era un hombre;
había ido a la guerra, y su padre no podía levantar sobre él la mano,
como en otros tiempos. ¿No quería trabajar...? Bien; él continuarla la
obra completamente solo, aunque reventase como un perro, siempre con [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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